No los culpo, tampoco los juzgo.
No los llamo temerosos, de consejos amargos o desafortunados.
En este momento y tal vez desde la inocencia, simplemente les doy las gracias por los consejos que no tomé.
Por las palabras desperdiciadas que aniquilaban sueños pero prometían seguridad y consuelo desde la consistencia con el confuso e inconcluso sistema de correr en una rueda sin fin, donde, cual hamster, nunca alcanzas el premio prometido,
la felicidad inalcanzable.
Cierto día por la mañana me convocó el deseo de observarlos, con sus trajes inmaculados, zapatos incómodos y el disfraz de sonrisa bien puesto que los convoca cada lunes con la esperanza del viernes, para el cual reservan todas sus agotadas energías.
¿Es que acaso no entienden que la vida no debería ser un viernes?
Que no debo esperar
a que el dólar suba,
a tener la edad necesaria,
a que sea verano,
a que sea invierno,
a que tenga el dinero,
a que pase tal o cual...
Porque las cosas no ocurren, cada uno las hace ocurrir.
Que la vida no espera,
que la realidad no señala el camino adecuado
y las señales son del color que cada uno las pinta...
Que el mundo es de valientes, de aquellos que hacen cambios cada día sin importar cuán pequeños ellos sean.
Si les hubiera hecho caso tendría la seguridad en lo externo que no tengo, pero mi corazón estaría lleno de incertidumbres...
de "que hubiera pasado si...?",
y la falta de seguridad en mi propio corazón.
Porque como dicen, cuando el pájaro se sostiene en la rama, su seguridad no está en la rama, sino en sus propias alas.
He ahí la verdadera libertad.
